Introducción
En esta entrada
presentaremos tres temas con un eje vertebral conjunto, basado en uno de los
aspectos que más destacan de la región trabajada, la diversidad étnica,
religiosa y cultural. En primer lugar, trataremos este tema a nivel histórico,
haciendo hincapié en el elemento religioso, para después proseguir en el ámbito
artístico y literario. Al mismo tiempo, los distintos apartados establecen un
dialogo entre si, en el sentido en que el elemento histórico está presente en
los otros dos, como por ejemplo la influencia del período histórico socialista
en el arte actual.
El peso de las identidades religiosa en las
guerras de Yugoslavia.
Son diversos nombres los
que, al tratar el episodio histórico más conflictivo de los territorios de la
ex Yugoslavia, apuntan como una de las principales consecuencias principales la
diversidad nacional y étnica, haciendo especial énfasis en las diferencias
religiosas de la población de la región. Esta se encuentra en la base de los
sentimientos nacionalistas que impulsaron la desintegración de lo que un día
fue la Federación de Yugoslavia. Los lazos entre identidad y geografía son
evidentes en el caso del territorio de la ex−Yugoslavia. De esta forma, tal y
como indica Ángel García, “la diversidad antropológica es fiel reflejo de la
diversidad geográfica y viceversa”, cuyas características hemos presentado en
la entrada del presente blog, “Definición y significado. Historia y contexto
geográfico”.
Las guerras de que se
sucedieron de 1991 a 1999, no solo tuvieron un impacto regional sino que su
efecto se extendió por el globo, sobretodo en la Europa de después de la Guerra
Fría, cuyo papel en el conflicto ha sido objeto de controversias. Fue Europa
misma la que justificó una actitud de no intervención a inicios del conflicto
catalogando el conflicto como una guerra civil. Aun así, las guerras de
Yugoslavia también se ha visto como un conjunto de guerras religiosas entre las
distintas nacionalidades, que añadió nuevos ingredientes a la cuestión de las
nacionalidades en “la proclamación de la autodeterminación de los diferentes
pueblos étnico-lingüísticos “encerrados” entre fronteras artificiales ideadas
tras las distintas crisis desatadas en la región.” (Souto, Esther).
Seguidamente, haremos un
recorrido histórico en la evolución de las identidades religiosas dentro de la
ex−Yugoslavia, su papel en las distintas identidades nacionales, así como
analizaremos su peso en la situación de inestabilidad que estalló en la última
década del siglo pasado. El surgimiento del nacionalismo ⎯estudiado
por el historiador Eric Hobsbawm en Naciones y nacionalismos desde 1780,
publicado el 2000⎯ impulsado durante el
período que va de la Revolución Francesa a la revolución de 1848, se cristaliza
en la región que nos ocupa con la independencia de Serbia del dominio otomano,
y de eslovenos, croatas y serbios del Imperio austro-húngaro. Vemos como la desintegración
de los llamados imperios tradicionales y el establecimiento de unas nuevas
fronteras de unos Estados nacionales configurados sobre una diversidad social,
cultural y religiosa, así como creencias y valores que entraron en choque.
El Congreso de Berlín
(1878) y el final de la Primera Guerra Mundial (1918) marcan dos de los
momentos en que se aviva el nacionalismo latente que “no será capaz de domeñar,
aunque si acallar, el periodo titista” (García, Ángel). De esta forma, el año
1918 marca la fecha en que arranca la constitución de Yugoslavia bajo el nombre
de Reino de los serbios, croatas y eslovenos, que siendo una imposición
francesa, se sirvió de la comunidad serbia como instrumento hegemónico, a pesar
de la oposición de croatas y musulmanes. Esto se debe a que el pueblo serbio se
atribuyó el protagonismo del fin de la guerra que de los nuevos estados
surgidos del Congreso de Berlín (1878), Rumania, Serbia y Montenegro contra
Bulgaria.
La gran diversidad
étnico-religiosa que presentaba desde los inicios de su configuración a través
de una delimitación artificial de sus fronteras, unificando una serie de
naciones bajo un reino en primera instancia, y luego en una república federal,
tras la Segunda Guerra Mundial, con el férreo gobierno del Mariscal Tito, no
hizo más que mantener la latente situación de inestabilidad (Ivana,
Melina y Gastón, Gustavo).
De esta forma, la
configuración de un reino supuestamente común y “la idea de una Yugoslavia
común apenas sobrevivirá nueve años” (García, Ángel). El rey Alejandro dará un
golpe de estado en 1929, suprime la constitución centralista de 1921 e implanta
una dictadura. Con esta nueva situación, a excepción de los serbios, que
convirtieron Yugoslavia en un Estado propio, el resto dejó de identificarse con
Yugoslavia como un proyecto común, algo que se repetiría sesenta años después.
Por otro lado, como explica Esther Souto, este Reino se desintegró en 1941 como
consecuencia del ataque de Alemania y sus aliados fascistas, quienes crearon el
Estado Independiente de Croacia, en el que se llevó a cabo el genocidio de
serbios, judíos y romaníes.
Llegamos al otro momento
histórico indispensable en la configuración de los nacionalismos, la caída del
comunismo en la Europa oriental y sobretodo la muerte del Mariscal Tito, cuya
autoridad mantenía unido a un país pluricultural, pluriétnico y plurireligioso,
estableciendo un equilibrio entre las distintas repúblicas que sus herederos
políticos no supieron mantener. Tras la muerte del líder yugoslavo, el Mariscal
Tito, y la posterior caída del sistema comunista en Europa oriental y la Unión
Soviética, se inicia una nueva etapa en las relaciones entre las comunidades de
la región:
“Los años 1981, 1986 y 1989
serán fechas que los yugoslavos no olvidarán con facilidad pues dos términos
definirán el periodo: intransigencia y exclusión, frente a otros dos:
tolerancia e integración, no practicados por ninguna entidad cultural.”
(García, Ángel: 282)
Así como indica la cita, la
publicación en 1986 del memorándum de la Academia Serbia de las Ciencias y las
Artes presentará el proyecto de la “Gran Serbia”, siendo un momento clave en el
camino sin retorno que había iniciado Yugoslavia. El año siguiente, nos
encontramos la subida al poder del político bosnio musulmán, Hamdija Pozderac,
como presidente de la Federación, creó una serie de tensiones internas que
desembocaron en 1991 con la proclamación de independencia de Croacia y
Eslovenia, y de la República de Bosnia el año siguiente.
En los violentos conflictos
que sucedieron estos años cabe destacar el elemento religioso, cuyo
protagonismo fue evidente ante unas políticas y conductas de “intolerancia
religiosa” que se convirtieron en masacres y genocidios.
País
|
Religión
mayoritaria
|
Albania
|
Islam (70%)
|
Bosnia-Herzegovina
|
Islam (%NC)
|
Croacia
|
Catolicismo (87%)
|
Eslovenia
|
Catolicismo
(57.8%)
|
Macedonia
|
Ortodoxa (66%)
|
Kosovo
|
Islam (%NC)
|
Serbia
|
Ortodoxa (65%)
|
Montenegro
|
Ortodoxa (80%)
|
En base a la tabla (Souto, Esther), actualmente podemos observar la convivencia de dos identidades religiosas muy polarizadas, la cristiana, a la vez dividida entre la católica y la ortodoxa, y la musulmana. De esta manera, los eslovenos y croatas, con mayoría católica, configuran una identidad a través del contacto con el Imperio turco, como las murallas de la cristiandad. La cristianización de la zona perteneciente al Imperio romano fue muy intensa, aunque la catolicidad romana no penetra en los Balcanes hasta el siglo VI d.C. y sólo en la zona de Croacia y Eslovenia. Por otro lado, debido a la presencia de los otomanos desde 1389 hasta 1913, se configura la identidad albanesa y bosnia, de mayoría islámica, aunque en una coexistencia con las otras sociedades en las zonas de contacto entre los dos imperios, el otomano al sur y el austro-húngaro al norte. Por último, nos encontramos macedonios, montenegrinos y serbios, mayoritariamente ortodoxos, por influencia del imperio Ruso. Se configura así, un nuevo frente nacionalista de base religiosa ante la ortodoxia ⎯representada principalmente por los Serbios⎯ y el islamismo. La existencia de los tres imperios tradicionales, Romano, Ruso y Otomano, dejaron su huella histórica para la configuración de unas nacionalidades con las que tuvieron que lidiar los imperios multinacionales de los Habsburgo y Otomano, durante el siglo XIX (Ivana, Melina y Gastón, Gustavo).
Ángel García expone como en
el caso yugoslavo la religión funcionó como un elemento de freno a la integración
y una pieza más de los nacionalismos excluyentes. Además, durante el período
socialista, se anularon las confesiones y se intentó alejar la religión del
ámbito político ⎯algo contradictorio en sociedades como la
musulmana⎯, de manera que el sentimiento religioso sirvió
para cohesionar a distintas nacionalidades, apoyadas en sentimientos religiosos
y etnocéntricos, en gran medida como resultado del rechazo al modelo
socialista. Siguiendo la misma línea, Esther Souto, afirma que el nacionalismo
religioso presente en las partes protagonistas en conflicto, y potenciado por
el mismo, han tenido una influencia relevante en las causas y en la derivación
la guerra, “manifestándose con la violación frecuente y la imposición de una
dura intolerancia religiosa”.
La importancia de la
identidad religiosa y los conflictos que se desarrollaron quedan reflejados en
las acusaciones, y por tanto justificaciones de los ataques mutuos, que
tuvieron lugar durante los años de conflictos, y que Esther Souto desarrolla en
su artículo. Por un lado, el Gobierno serbio denunciaba a la República de
Croacia de no asimilar a los serbios de la región por su pertenencia a la
Iglesia ortodoxa, y afirmaban que estaban teniendo lugar demoliciones de
iglesias serbias y ataques con la finalidad de “destruir y borrar las huellas
de la Iglesia Ortodoxa serbia y de sus fieles”. En contra, los católicos
croatas denunciaron las condiciones en que vivían sus iguales religiosos en los
territorios ocupados por los serbios, muchos de los cuales fueron expulsados
por la fuerza u obligados a trasladarse para sobrevivir, así como la
destrucción sistemática de iglesias y propiedades religiosas.
Por otro lado, el
Parlamento de la República de Bosnia-Herzegovina denunció los ataques de Serbia
y Montenegro a la República de Bosnia-Herzegovina, y a los musulmanes bosnios
que viven a Sandzak, violando los derechos humanos y las libertades, llegando a
las dimensiones de un genocidio.
Daniele Conversi deja
patente el uso de la religión en las políticas secesionistas, ya que antes de
la guerra, los bosnios, croatas y serbios no se podían distinguir
culturalmente, las identidades eran fluidas y maleables, los matrimonios interétnicos
eran la norma, mientras que la práctica religiosa había bajado muchísimo, también
fruto del laicismo socialista. Aún así, era el pasado religioso el que se
utilizó como elemento “diferenciador” en la memoria colectiva, profundamente
ligada a una pertinencia o denominación religiosa (identificada muchas veces a
través de los apellidos), más que no a la lengua o otros elementos culturales.
El desarrollo de las
guerras de Yugoslavia que llevaron a la región, que hasta entonces conformaba
una unidad política, a su desintegración muestran la importancia de la religión
en un proceso que podemos ver como una radicalización de los distintos
nacionalismos. Así, se abandonó los valores de coexistencia, integración,
multiculturalidad y diversidad religiosa, y se optó ⎯no
únicamente por parte de los Serbios, quienes han recibido las críticas más duras,
sobretodo des de las Naciones Unidas⎯ por políticas de “limpieza
étnica, homogeneidad religiosa y ambiciones territoriales expresadas en forma
de conquistas militares usando cuando medio convenga a sus fines.” (Féron,
Bernard).
Un breve paseo por la historia del arte en
Yugoslavia
Una vez más, vamos a
intentar acercarnos al susodicho territorio yugoslavo, esta vez desde la
perspectiva de la historia del arte y, por enésima vez, podemos ya anticipar
que no hay criterio alguno que permita englobar estos territorios en un mismo
denominador.
Ya hemos visto la
variedad étnica y religiosa del territorio yugoslavo. Lo mismo ocurre con
la estética y el urbanismo de, por ejemplo, Croacia.
En la costa croata pueden
encontrarse montones de pueblos como Zadar, Trogir o Sibenik, al noroeste de la
costa dálmata, llenos de restos romanos y de un urbanismo más bien veneciano,
al estilo de Piazza San Marco. Son pueblos construidos con piedras blanquecinas
de aspecto marmóreo y brillante, de urbanismo irregular y, a menudo,
construidos en islas cercanas a la costa, como si se tratase de la mismísima Venecia.
De hecho, alguno de ellos fueron territorio veneciano hasta la Segunda Guerra
Mundial.
Pero lo curioso del tema es
observar cómo, hoy en día, en estos pueblos de aspecto bucólico conviven, junto
al barroco italiano, toda una serie de edificios de estética estalinista. Estos
edificios, construidos durante el periodo de Tito, que responden al realismo
socialista de le época de Tito (Ampuerto, Roberto) crean un paisaje sumamente
críptico a la orilla del mar.
Así mismo, si uno viaja
desde la costa hacia la capital croata, Zagreb, después de cruzar los Alpes
Dináricos tendrá la sensación de haber pasado del sur de Italia a Viena.
Empiezan a aparecer bosques mucho más fríos de robles, castaños y demás,
y el pino costero mediterráneo desaparece. La arquitectura se hace
nórdica también, se ven a menudo casas con trozos de madera cruzados en la
fachada, y el urbanismo más rectilíneo.
Este aspecto polifacético probablemente sea una constante en todo el territorio yugoslavo. Además, a medida que uno baje hacia el sur, en Bosnia Herzegovina y demás empezará a encontrar que las iglesias empiezan a alternarse con las mezquitas debido a la ocupación otomana Verá que los frescos toman un aspecto más dorado en la zona serbia por el estilo ortodoxo y demás.
Un aspecto tal vez
sorprendente del territorio nos lo hace notar la profesora Tamara Djermanovic
en el caso de Eslovenia:
“la cara del mariscal Tito,
alzada en un monumento situado en la plaza de enfrente. Luego el puente
de Tito que atraviesa el amplio paso del río Drava, la avenida Tito, la calle
Engels, el paseo de la Brigadas Proletarias… los nombre no han cambiado.
Parece que Eslovenia, el primer país en independizarse de la antigua
Yugoslavia, es el que menos ajustes de cuentas ha necesitado hacer con el
pasado” (Djermanovic, Tamara)
Es curioso observar que,
asimismo, Dragoljub Micunovic, del Instituto de
Estudios Sociales de Belgrado afirmó en una entrevista:
“nuestra
cultura se volvió provinciana al cortarse todos los lazos [...] Las
publicaciones que subsisten defienden la tradición sin ningún sentido crítico.
La cantidad de libros cuyo título incluye la palabra 'serbio' impresos en los
últimos siete años supera el total de libros serios sobre los serbios y su
historia en los últimos 300 años. [...] Los canales de televisión sólo muestran
cantantes chillones de turbo-folk disfrazados, o grupos casi techno y de baile
cuyo mensaje es que los tres símbolos del éxito en este país arruinado son
poseer un vehículo de cuatro ruedas, una deliciosa rubia y un arma” (Peric
Zimonjic, Vesna)
Nos
hallamos en un caso cercano al de la revolución cultural china. Allí, después
de muchos años de comunismo, el nuevo presidente después de Mao, Deng Xiaoping,
lanzó de pleno a la población china, al capitalismo. El gobierno de Mao y, en
nuestro caso, la dictadura Serbia, eliminaron cualquier tipo de tradición
local. Así, en los Balcanes, las cruentas guerra de independencia dejaron una
serie de países que sólo podían tímidamente mirar hacia Occidente. Pero eso,
igual que en el caso Chino, no significa que hayan negado el pasado comunista.
La propia Tamara nos explica que alguna de las políticas internas de la
época comunista, respecto a los estudiantes, aún se mantiene en Eslovenia (Djermanovic,
Tamara). Conviven, tanto en China como en
Yugoslavia y gran parte de los países que han pasado que han pasado por una
transición desde el comunismo hacia el capitalismo, elementos socialistas con
el capitalismo más desenfrenado.
Es
interesante observar que, tanto en Yugoslavia como en China, han adquirido
relieve internacional sólo figuras cercanas al arte más experimental y
conceptual como Marina Abramovic o Ai Weiwei. A pesar de sus similitudes, se
puede matizar que quizás Ai Weiwei sea marcadamente más político debido a que
la dictadura China sigue vigente, al contrario de lo ocurrido en Yugoslavia.
Una literatura de denuncia
Dentro
de las distintas corrientes artísticas, la literatura siempre ha sido
considerada como uno de los eslabones que conforman la larga cadena de la
identidad de un pueblo por la fuerza y la capacidad que ésta tiene de
transmitir y reflejar no solamente hechos históricos sino destinos humanos
compartidos.
Como
ya hemos visto y comentado ampliamente el contexto yugoslavo a lo largo del
siglo XX se vio terriblemente influenciado por el pensamiento y la estética
rusa; no solamente en la literatura y en el arte, pero en todos los aspectos
culturales y sociales. Por ello es fundamental —al abordar el tema
de la literatura yugoslava— tener en cuenta el peso de la tradición bizantina y
la importancia que se le ha otorgado al arte para así comprender la
dimensión moral que tiene el artista; el papel que éste juega y la finalidad
que pretende alcanzar en sus creaciones literarias.
En
1869, Dostoievski escribió en una carta para su amigo Strajov que su idea sobre
el arte consistía en lo siguiente: «lo que la mayoría de la gente considera
fantástico y particular, yo veo como la esencia misma de la realidad y de la
verdad». Y Tolstoi, en su ensayo sobre Qué es el arte, definió este
último como una «actividad humana consistente en que un hombre conscientemente,
por medio de ciertos signos externos, proporciona a otros los sentimientos que
él ha vivido y que otros se contagien de estos sentimientos y los experimenten
también.» De este modo —y desde ese momento— el arte en general y la literatura
en particular «no es placer, sino que es un medio de unión entre los hombres»,
es el vehículo de comunicación entre individuos que comparten un mismo destino.
El artista, o el escritor, tiene pues un compromiso ético y la creación
artística nunca puede ser algo despejado de su compromiso moral. El
papel trascendental que tiene la literatura en la estética rusa se trasladó de
la misma manera a los países de la antigua Yugoslavia. Si observamos el
panorama literario yugoslavo del siglo XX, detectaremos toda una serie de
escritores que encontraron en la fuerza de las palabras el vehículo necesario
para transmitir y reflejar la esencia misma de la verdad y la realidad que
rodeaba a sus respectivos país.
La
diversidad cultural presente en lo que hoy dominamos la ex Yugoslavia fue el eje
central de una interrelación y una dependencia creativa sin parangón. Las obras
de Ivo Andrić (Premio Nobel en 1961), Slavoj Žižek, Vladimir Arsenijević o
Milorad Pavić son un claro ejemplo de esa dialéctica. Por más que sea evidente
que cada uno de esos individuos pueden y deben ser definidos por
características e idiosincrasias propias que los convierten en escritores
únicos; no debemos olvidar que de igual forma y mismo valor el entorno que los
rodea y rodeó jugó un papel central en su formación como escritores y como
seres humanos que buscan comunicarse. Con esto nos referimos a que ninguno de
los antes mencionados serían ellos mismos, sin haber vivido bajo esa unión de
seis naciones distintas —en su pasado y su presente compartido—y las
consecuentes guerras y conflictos que llevaron a su disolución. De
ahí que las temáticas principales sean de denuncia sociopolítica, del
sufrimiento de la guerra o el suicidio. De hecho, uno de los
aspectos fundamentales en que se centra la literatura yugoslava —sobre todo la
del periodo que comienza tras finalizar la segunda guerra mundial— es el
control absoluto del Estado sobre la vida de los hombres a través del terror.
El tema de la asfixia del ser humano dominado por la paranoia es muy
recurrente. Los escritores de esa generación expresan un sentimiento de perdida
de control de su destino individual frente al poder omnipotente del Estado. Nos
enfrentamos a una camada de jóvenes escritores que han experimentado el trauma
del frente, son supervivientes a costa de renegar sus orígenes, ver morir a sus
familiares y seres cercanos, en definitiva, presenciar el derrumbamiento de
todo un mundo que se traduce también en la destrucción del hombre como ser
vivo, racional, que ahora se ve incapaz de adaptarse a una nueva realidad.
Sin embargo, en los años cincuenta aparece un grupo de literatos
llamados los “libertadores del espíritu”, que se dedican a contar la verdad aún
poniendo en riesgo su propia existencia. Fueron los primeros en mostrar una
oposición frontal al realismo socialista, y en denunciar la intervención del
gobierno en el ámbito de la cultura. Toda la literatura de ese periodo ahonda
en la miseria moral y material, causa directa de la opresión estatal, y la
quiebra de voluntad del ser humano, de la destrucción de su pensamiento crítico
y del aislamiento. Debemos no empero resaltar que las condiciones
sociopolíticas siempre resultaron más fuertes que las plumas de sus escritores,
ya que las primeras no siempre estimularon la creación literaria, sino más bien
lo contrario. En consecuencia, cuando a mitades de los años sesenta los
controles políticos se ablandan, la tendencia literaria fue tratar temas de
índole tradicionalista como puede ser el nacionalismo, el regionalismo o la
religión.
Incluso
así, reprimir los impulsos de la libertad siempre fue contrario a la naturaleza
humana y es por ello que como consecuencia natural de su visión de la realidad,
aparece con gran fuerza en todos los escritores yugoslavos la idea de la
excepcionalidad de todos y cada uno de los hombres frente a las ambiciones
homogeneizadoras de los estados totalitarios que llevan al ser humano a perder
la razón del ser y aceptar con resignación, apatía y desaliento su nuevo
destino. De ahí que encontremos en las obras de estos autores el imaginario
de los ríos Danubio, Drina o Sava, unidos por la simbología del puente, y un
estilo de escribir mágico y cálido, aunque aparezca bajo la forma de escenarios
hoscos e historias llenas de nostalgia y unos silencios distantes, reflejos de
una intimidad punzante.
Bibliografía:
1.
El peso de las identidades religiosa en las
guerras de Yugoslavia
García, Ángel. “El componente religioso en los conflictos étnicos
de la ex−Yugoslavia”. Anales de Historia Contemporánea. Nº 18, 2002.
Consultado el 24 de febrero de 2016 en http://revistas.um.es/analeshc/article/view/56101
Souto, Esther. “El conflicto de los Balcanes y la intolerancia
religiosa” dentro de Simposio “Nacionalismo en Europa. La religión como
elemento impulsor de la ideología nacionalista”. Universidade da Coruña.
1998, pp. 333-351. Consultado el 24 de febrero de 2016 en http://ruc.udc.es/bitstream/2183/9694/1/CC_37_art_21.pdf
Ivana, Melina y Gastón, Gustavo. “La ex Yugoslavia. Conflictos y
tensiones en una región de encrucijada”. Instituto y Departamento de Geografía.
Facultad de Ciencias Humanas – UNLPam. Huellas. nº 15, 2011. Consultado
el 24 de febrero de 2016 en http://www.biblioteca.unlpam.edu.ar/pubpdf/huellas/v15a16acosta.pdf
Féron, Bernard. Yugoslavia, orígenes de un conflicto.
España: Salvat Editores, 1995. Título original: Yougoslavie, origines d’un
conflit.
Conversi, Daniele. La desintegració de Iugoslàvia.
València: Afers, 2000.
2.
Un breve paseo por la historia del arte en
Yugoslavia
Ampuero, Roberto (1999); Nuestros
años verde olivo, ed. Debolsillo, Barcelona.
Djermanovic, Tamara (2013);
Viaje a mi país ya inexistente, Altaïr, Badalona.
Peric Zimonjic, Vesna “(Arte y Cultura) YUGOSLAVIA: El nacionalismo
turbo-folk domina la vida cultural” en Inter Press Service, publicado el
5 de febrero de 1999. Consulta online el 20/02/2016. Link:
3.
Una literatura de denuncia
F. Dostoievski, Diarios de un escritor, traducción de Eugenia
Bulatova y Liudmila Rabdanó, Ed. Páginas de Espuma, 2010.
L. Tolstoi, ¿Qué es el arte? y otros ensayos sobre el arte,
versión castellana de M. Teresa Beguiristain; introducción de Carmen Senabre,
Barcelona, Península, 1992
Mlikotin, A. M.. (1973). [Review of Contemporary
Yugoslav Literature: A Sociological Approach]. The Slavic and East
European Journal, 17(2), 245–247.
http://doi.org.sare.upf.edu/10.2307/306123
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